una familia singular
UNA FAMILIA SINGULAR.
El tiempo
pasa y nos vamos poniendo viejos dice la canción y cuando eso pasa no nos
podemos despedir como quisiéramos de las personas a las que hemos aprendido
amar en nuestra vida, ya me ocurrió con un primo hermano con el que se fue un
pedazo de mi infancia y de mi adolescencia, con un amigo casi un hermano con el
que desaparece un vestigio de mi vida universitaria. Felizmente Hugo Fonseca
Arias vivía cerca de nosotros y tuve la oportunidad de poder asistir a su
funeral, pero distinto a otras veces sentí que no despedíamos a una persona
sino a un representante de una familia adventista colonizadora del sur de
Chile.
Creo que la
primera Fonseca que conocí fue la que llegó a ser mi suegra cuando con pésimas
intenciones viajé en tren a Barros Arana para empezar a allanar el camino que
me permitiera la alegría y la satisfacción de convertir a una de sus hijas en
mi esposa. Ella me abrió la puerta de su casa, me saludó, me dijo:: Francisco
no está, anda en Nueva Imperial, pase a sentarse y con ese simple gesto me dio
la oportunidad de pertenecer a su familia. Años después tuve la oportunidad de devolverle
su bienvenida, la acogí en mi casa y
llevé conmigo su hermosa influencia: un ejemplo extraordinario en el plano
espiritual.
Después,
cuando yo vivía en el Cach pude conocer a
las hermanas Fonseca y como parientes (aunque esa palabra la pusimos de moda
después) organizamos una convivencia épica en un departamento tan chiquitito
que si uno se sacaba los zapatos tenía que dejarlos afuera. A través de ellas
me fui interiorizando de ese especial vínculo familiar que mantenían todos los
primos menores y que los ha mantenido unidos y con ganas de saber unos de otros
durante todos estos años. Después conocí a los primos mayores, hombres fuertes,
luchadores, aguerridos dueños de la parte de la historia no sólo de la
araucanía sino incluso más al sur. Hugo Fonseca Arias era uno de ellos.
Y vinieron
los casamientos, los nacimientos, los funerales Y LOS ENCUENTROS. Hombre
tímido, en el primero, sintiéndome un solitario allegado, pregunté cuál era el
lugar más improbable en que se instalarían las carpas de las distintas
familias, cuando me lo señalaron allí instalé mi carpa y me acosté a dormir; al
otro día al levantarme y salir de la tienda encuentro que estoy rodeado no sólo
de carpas, sino de vehículos, de rostros sonrientes que me saludaban como si me
conocieran de toda la vida y oía un murmullo continuado de conversaciones que
sólo buscaba el placer de reconocerse, LA ALEGRÍA DE ESTAR JUNTOS, LA ALEGRÍA
DE SER LOS MISMOS.
La familia
Fonseca tiene una marca de Fábrica, no sé en que consiste, pero si me encuentro
con un grupo reunido y he convivido con ellos, tengo una gran probabilidad de
identificarlos como lo que son un grupo
d personas que tienen mucho en común producto de una experiencia compartida.
Me cuenta
mi esposa que después del funeral de Hugo Fonseca Arias, se habló de reanudar
los interrumpidos encuentros por la muerte de su principal promotor Víctor
Fonseca y que las nuevas generaciones pusieron reparo a ello ¿Será que la
singularidad Fonseca se perderá con el tiempo? ¿Será que el esfuerzo de toda
una generación de mantener unidos a aquellos que tienen un tronco común no
tiene sentido ahora?
Sería una
lástima para personas como yo que tuvieron el privilegio de apreciar la
singularidad allí donde aún se conserva y tuvo la oportunidad de apreciar la
diferencia que existe etre familias que tienen un propósito de aquellas que no
lo tienen.
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