análisis literario: una forma de estar en el mundo
ANÁLISIS LITERARIO: UNA FORMA DE ESTAR ENEL MUNDO
Terminamos de escribir quince artículos acerca de la forma de ver el mundo (que nosotros compartimos y aceptamos), que existía en el CACH durante la década del setenta que es por lo demás el tiempo en que nos incorporamos a la iglesia adventista y esperamos que haya quedado claro que no sólo vimos el mundo de esa manera sino que también de esa forma estuvimos en el mundo, es decir, con varios otros, hombres y mujeres asumimos un “estilo de vida común”. Lo hicimos con plena conciencia contentos de la extraordinaria aventura que habíamos emprendido, esperando que otros nos fueran acompañando por el camino.
Dos lemas guiaban nuestro accionar: “Al servicio de Dios y la humanidad”, colocado en el frontis de Lo que hoy es aulas A, de fácil lectura para los alumnos que acudían a los actos cívicos, como trasfondo conceptual para las parejas que después de almuerzo se juntaban en la “pincheira” y como impulso motivaciones para los que acudían al comedor pues no hay nada mejor que comer con alegría.
“Educar es redimir” que como punto de partida y de llegada nos había llamado poderosamente la atención en las reflexiones del personal (de las que ya hemos hablado en otra parte). ¿y si lo planteamos como una igualdad?: Educar=Redimir. El problema es que en las igualdades el término a la izquierda es intercambiable con el de la derecha y viceversa Redimir=Educar. No estábamos preparado para eso. Implica echarse al bolsillo nuestros preciosos estudios universitarios: Si me cambian el qué enseñar también me cambian el cómo, pero por lo menos tengo el qué busquemos el cómo. Empieza la aventura. Al precisarse el qué aparecieron la cosmogonía, las diversas cosmovisiones, refulgieron los principios se precisaron los conceptos: tomó cuerpo una forma de ver el mundo. Pero no debíamos darnos el trabajo de buscar un cómo, pues en ese ambiente ver y estar se complementaban mutuamente. Pero, ¿estar dónde? En la naturaleza que Dios nos regaló.
En este mes de Enero fui a visitar a mi cuñada menor, su esposo y su hija menor Carolina, que viven en Pucón, ciudad ubicada en el sur de Chile a no más de veinte kilómetros del lago Caburgua, donde se había construido, con mucho esfuerzo y colaboración, hace muchos años atrás un lugar de campamento para los jóvenes adventistas. Conocíamos ese lugar en él en contacto con la naturaleza, habíamos tenido hermosas experiencias espirituales, no sólo en el sentido religioso sino en uno mucho más amplio: Se parecía al que estuvo presente en nuestra mente pero no era el mismo: no existía baños comunes, lugar de reunión encuentro y esparcimiento, ni el gran comedor , se había transformado sólo en un grupo de cabañas aisladas unas de otras: un lugar para vacacionar , cuando muchos un lugar para tener reuniones administrativas “importantes”.
Lo que ahí había ocurrido es que se había perdido la intencionalidad con que ese lugar había empezado a funcionar: mostrar a los jóvenes simultáneamente una forma de ver y estar en el mundo y no sólo eso: se había separado los procesos de educación y redención, transformando la educación sólo en un vulgar proceso de enseñanza.
Enfermo como estaba en ese momento, abandoné mi intención de pasea por ese lugar, me encerré en el auto, esperando que regresaran los que habían ido a conocer los “progresos” que allí se habían producido. La pena me invadió, pensando que muchas veces reemplazamos lo viejo por lo nuevo, no pensando que estamos dejando de lado lo verdaderamente importante.
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