análisis literario el sistema educacional adventista VIII

 ANÁLISIS LITERARIO EL SISTEMA EDUCACIONAL ADVENTISTA VIII

Todo lo que yo escribo está en primer lugar dirigido a mis nietos, en segundo a mi familia nuclear, en tercero a mi familia extendida en un sentido amplísimo y por último a quien quiera formarse una opinión de mi a través de la lectura.


Eso explica que para dar a conocer las características del sistema adventista me base en experiencias personales y en mi propia perspectiva que está teñida por el respeto, la admiración y el cariño, no son por lo tanto objetivas e incluso corresponde a una reelaboración tardía de ellas en la que sólo se destacan los aspectos positivos. Mi hermana me dijo alguna vez, no con estas palabras pero creo que ese es el sentido: no sé si tu te hiciste para el adventismo o el adventismo se hizo para ti.


Lamento  profundamente que algunas características del sistema educacional adventista que hemos mencionado anteriormente hayan desaparecido y ya no existan: como la idea de comunidad y la posibilidad del profesor jefe de transformar su curso en una comunidad unidos sus miembros por lazos de solidaridad, también me entristece que el ejercicio físico, la posibilidad de cooperar con otros y la idea del autofinanciamiento mediante él haya desaparecido.


Dejándonos dominar por la nostalgia volvamos al glorioso 1971: Después de pernoctar en la parte derruida del hogar de señoritas me designaron una casa o un departamento pareado (para el caso da lo mismo ) detrás del comedor (no del actual sino el que existía entonces). Haciendo un esfuerzo de memoria creo que el hall de entrada medía 2 m x 1,5, el dormitorio que estaba al lado no creo que haya medido más de 2m X 2,5 m, había un pasillo que de ancho no alcanzaba al metro y de largo los tres. Después debe haber habido una cocina de tamaño adecuado para que además de cocinar en ella pudiéramos comer. Esta era la parte seca de la casa; la parte húmeda sirvió de una especie de bodega donde pude colocar los muebles que había comprado antes de casarme pero que no recuerdo haberlo usado. Debe haber habido un baño, o sino, no podría haber trabajado en la institución, pues en los dos edificios de aulas todavía no llegaba la civilización para tener baño de profesores, así que uno tenía que correr a su casa para hacer sus necesidades-


El hall le pertenecía a mi cuñada y no me acuerdo si estaba amueblado por una cama de una plaza o de plaza y media además creo de una silla. el dormitorio nuestro amueblado por una cama de plaza y media y debe haber habido un closet por alguna parte. En ese espacio reducido los tres teníamos que organizar nuestra vida: mi cuñada recibir a sus compañeros y amigos y nosotros a nuestros familiares que estaban internas. Como el dormitorio no servía para recibir visitas, todas ellas además de algunos alumnos que iban a nuestra “casa” tenían que conformarse con el dormito de mi cuñada y la cocina y curiosamente preferían el primero.  Al final del año miré con tristeza el catre de mi cuñada en ese momento por el uso formaba una letra del alfabeto pero hoy no me acuerdo cuál era.


Como el señor Fernández vivía al lado con su familia que era “mucho” más numerosa que la mía en un departamento un poco más grande, no se me ocurrió quejarme, excepto cuando se me echaron a perder las “canillas” y pasaban los días sin que viniera un gásfiter a arreglármelas (pero esa es otra historia que creo que nunca contaré)


Como el dormitorio era muy estrecho, yo muy desordenado  y el pasillo al lado de mi cama apenas permitía moverme, dejar mis calcetines debajo de ella y  sacarlos requería una condición física que yo no tenía pronto terminaron por amontonarse todos debajo de la cama. 


La  única etapa de lmi vida en que me levanté  tarde fue ese año cuando estaba recién casado. Las  clases empezaban a las 7.30. Tenía que apresurarme para llegar a tiempo a clases: me bañaba, me vestía,  llegaba el momento trágico de ponerme los calcetines: metía la mano debajo de la cama sin mirarlos los sacaba y me los ponía. Sólo en los primeros momentos de la primera hora, las risas de los alumnos, principalmente las niñas me hacían tomar conciencia que mi instinto había fallado: me había puesto calcetines de distinto tamaño y distinto color.


Las condiciones de la vivienda tuvo consecuencias positivas: mi esposa aprendió a soportar lo desordenado que era, hizo nacer en mí un sentido del humor muy peculiar, me hizo vivir durante más tiempo que el que acostumbraba al aire libre conociendo todas las dependencias del colegio, gozando de la naturaleza, impulsándome a conversar con toda la gente y lo más importante, a interactuar con los alumnos como lo hacía la mayoría de los miembros del personal incluyendo profesores y jefes de departamento. Cosas que desgraciadamente dejé de hacer transformándome en un funcionario.

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