HONRAR PADRE Y MADRE

 HONRAR PADRE Y MADRE 4

En escritos anteriores he afirmado que honrar padre y madre es el principio fundamental de conformación de la familia y que si en ella no existe este ingrediente realmente no existe el amor. Soy hijo de VICTORIA JARPA LEIVA y de ABEL HERNÁN RODRÍGUEZ LETELIER a mucha honra y en ese orden pues primero estuve en el útero de mi madre donde según un experto fui plenamente feliz y después se metió en la relación mi padre y parece que no de muy buena manera llegando a afirmar que si yo en X días no ladraba me bautizaba, cosa que jocosamente comentaba después y cuando yo lo escuchaba no sé por qué me dolía e inconscientemente corría al espejo buscando un fundamento objetivo para tal afirmación.


Mi madre era una mujer extraordinaria: cuando llegaban visitas que no le agradaban se metía al baño y no salía de él hasta dos horas después de conocer tan infausto hecho: estoy seguro de que de ella aprendí a decir todo lo que pensaba y no mentir para agradar a alguien y a lo mejor por un proceso natural a aplicar la diplomacia del garrote la que no voy a explicar aquí porque constituyó mi forma íntima y singular de mi integración familiar. Yo la acepté siempre tal como era, la respeté hasta en los más mínimos detalles y nunca pero nunca se me pasó por la mente que no me quería: la vida de un zombi es imposible sin un fundamento de fierro: un día salgo al patio y veo a mi madre cortando rosas de su jardín y envolviéndolas en papel celofán, le pregunté que para quién eran y me contestó para la Sonita: “tu eres muy bruto para que se te ocurra algo así” lo que después dijo no lo pongo en este escrito pues Sonia puede aprovecharse de ello. Yo honraba a mi mamá y mi mamá me honraba a mí.


Cuando intento recordar a mi padre no es el elemento de la obediencia como parte de la honra lo que yo recuerdo, pues todos los de mi generación teníamos que obedecer si o si, sino lo que se me viene a la cabeza son dos palizas: una de ellas como consecuencia de haber sacado el carrito de “los matasapos”, y habernos expuesto a que el tren nos atropellara; al pensar que pudo perder a casi toda su prole nos persiguió con un palo y nos dio la más grande paliza de nuestra vida. Y desde ese momento quedé convencido que me amaba y nos amaba profundamente. Fue una hermosa manera de honrarnos y facilitar que lo honráramos a él. La otra paliza me la dio cuando traicioné a mi madre por otra persona, es la paliza que más agradezco y la que más ha influido en mi vida.


Mi padre mirado desde la perspectiva de ahora era un hombre extraordinario con una sed de conocimiento insaciable y en su deseo de ayudar a los demás parecido a la machi de Allipén claro que en distintos campos de la medicina, ella en males ocultos y él en aquellos visibles, aquellos que sangraban, donde había que ocupar harta agua para desinfectar y harto hilo para coser, era un héroe para mi aunque esta visión se desvanecía un poco cuando jeringa en mano me decía “date vuelta que te voy a pinchar”, tenía la mano pesada pero yo me sentía tan bien después de eso que mentía descaradamente diciéndole apenas me dolió. Dicen que en el campo se cuentan historias alrededor del fogón y en la cocina de mi casa mi padre se transformaba en un “cuentero maravilloso”: todos los hechos de la Segunda Guerra Mundial, desfilaron por mi imaginación,  así  como la historia política y económica de Chile. Era resiliente como pocos lo vi caer muchas veces y levantarse muchas más. Durante mucho tiempo creí que fue juez de paz, pero mi hermana dice que no, sin embargo de mi mente no puede salir las imágenes que me lo recuerdan como un consejero al que acudían personas para hablar con él de sus problemas


Mi madre y mi padre eran extraordinarios, pero estaban muy lejos de ser perfectos y no le hicieron mucho empeño para parecerlo, ambos eran bajitos, con un genio endiablado, cuando peleaban hacían temblar la casa hasta sus cimientos, es que nunca dejaban de discutir sobre sus diferencias y sin embargo el enojo les duraba poco y los silencios de la reconciliación mucho, en esos momentos era cuando más me divertían: eran los padres que yo necesitaba.


Honrar padre y madre para mi significó fundamentalmente que ellos tenían el derecho y yo también de participar en los momentos importantes de nuestras vidas Yo no me iba a casar si ellos católicos de cuna no iban a pedir la mano de Sonia a sus padres, adventistas de cuna. Y así ocurrió. Los padres de Sonia, aunque no fueran mis padres biológicos tenían que ser considerados, respetados y tomados en cuenta como yo había aprendido a mirar a los míos.


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