QUE VIVA EL CHANFLE

 QUE VIVA EL CHANFLE


En chile mucho tiempo atrás existió un jugador de fútbol más o menos mediocre pero que tenía una particularidad extraordinaria chuteaba con chanfle, podía ponerse frente a su propio arco y patear en esa dirección y el balón empezaba a dibujar figuras en el aire mientras que los jugadores aburridos de tantas piruetas dejaban de observarlo cuando repentinamente y cuando menos lo esperaban se introducía en el arco contrario y el público aplaudía ese gol increíble y entonces se armaba la batahola: el equipo perjudicado alegaba que el balón había salido de la cancha, que la parte de la estratósfera donde supuestamente había estado no pertenecía al campo de juego, intervenía carabineros y la pdi e interrogaba a a todos los habitantes de la ciudad para saber si lo habían visto y generalmente la investigación concluía mucho tiempo después, cuando una integrante femenina de una tripulación estelar al bajarse de la nave reclamaba asegurando que el inmenso chichón que tenía en la cabeza se lo había producido un pelotazo.


En Boludilandia tuvimos un presidente con nombre de santo que dedicó varios años de su vida a estudiar los efectos del chanfle en la psicología de las masas hasta alcanzar cierta experiencia, pero con una diferencia fundamental con el chileno: lo que el quería era poder iniciar el tiro y que la pelota después de muchas vueltas y revueltas volviera misteriosamente a sus pies: en esencia parece haber hecho lo mismo que el otro, pero la pelota no hizo las mismas piruetas y ni la tierra, ni el cielo, ni la estratosfera se comportaron de la misma manera, pues en vez de la participación pasiva que tuvieron con la pelota que patió el chileno, contribuyeron activamente a que llegara al palacio de gobierno de Boludilandia y cuando él supo dónde estaba, esperó pacientemente que lo invitaran a recobrarla y cuando lo hicieron, habiéndola reconocido se apersonó por esos lares y vio que habían escrito en ella dos cortas frases: en la primera se le solicitaba que no usará más el chanfle y en la segunda que cuando se le ocurriera jugar fútbol no le agregara a la pelota esos polvos que tenían un efecto hipnótico y que hacía que todo el que la contemplara perdiera setenta puntos en su CI. El expresidente sonriendo puso su rúbrica en ese compromiso, pensando en su interior que la cosa no importaba tanto pues la pelota mágica ya había hecho su obra y sus efectos eran más o menos irreversibles.

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