REFLEXIONES DE UN JUBILADO LA MUERTE DE MI MADRE

 REFLEXIONES DE UN VIEJO JUBILADO LA MUERTE DE MI MADRE


Estaba acostado al lado de mi esposa cuando ella me dijo algo parecido a esto: Mañana quiero encima de mi velador una rosa, mi desayuno en la cama y que me des una atención especial pues será el día de la madre. Al otro día me levante muy temprano, fui al jardín y busqué un botón de rosa roja, lo corté y junto a otros tres de diferentes colores, busqué una taza, coloqué en ella las flores y las puse en su velador con la esperanza de que fuera lo primero que viera al despertarse


Me fui al otro dormitorio y las imágenes de mi madre cortando rosas en el jardín para Sonia instándome a elegir las más bonitas acudió a mi memoria. Me invadió una gran nostalgia y ese “vacío” que desde su muerte se instaló en mí, volvió a aparecer con quizás mayor intensidad.


En mis oídos resonaba ¨si tienes una madre todavía…..” Recitados por ella un día y un año cualquiera de mi existencia. ¿Sabría mi madre que el tiempo y el espacio me son inaprensibles? No lo sé de que estoy seguro es que estaba consciente que me era muy difícil comunicarme y con pequeños gestos quería que yo pudiera concretar mis sueños


Siempre supe que yo sería el que estaría cerca en el momento de su muerte, porque para relacionarse con ella no servían las habilidades sociales adquiridos, ni los mecanismos de adaptación creados, sólo la intuición y el deseo de conectarse y si hay algo que siempre le agradeceré a mi hija era que le cantara sus canciones favoritas y mientras ellas las escuchaba le apretaba la mano como diciéndole te agradezco porque por lo menos tu me consideras un ser viviente.


Murió mucho antes que muriera cuando una vez que fue al baño salió de él hecha un conjunto de músculos y huesos desmadejados. Lo que ocurrió después constituye una densa neblina que sólo se despejo cuando cuando estuvo cómodamente instalada en la cama que sería su lecho de muerte. Todos los días invariablemente tempranito la iba a ver, la tomaba de la mano en un desesperado intento de que supiera que no estaba sola, que yo, su hijo la estaba acompañando. Mientras permanecía allí ningún suceso del presente tenía importancia, sólo el pasado en el que no podía recordar ninguno que no estuviera conectado a acontecimientos felices o de contención, sólo quizás aquel de cuando yo llegué borracho y ella no me habló por varios días, entristecida quizás porque yo había caído en la maldición de la familia. El futuro simplemente se había terminado


Si alguien me pregunta quien era mi madre, tendría que contestar no sé. Deberíamos haber estado de acuerdo en algo pensábamos tan distintos que eso no lo recuerdo. En ese tiempo las mujeres casadas construir su discurso vital en soledad y por eso era incomunicable y por eso los hijos sólo sacábamos conclusiones por sus acciones pero estas son tan engañosas que si le quisiera rendir un homenaje que no consistiera en frases clichés y en puras mentiras no podría hacerlo.


Sólo quiero decir que una mañana cualquiera salí del hospital y cuando fui a pagar el estacionamiento me encontré que sólo tenía un billete grande, se lo entregué al encargado y le dije quédese con el vuelto, convencido que no volvería a estacionar ahí para ir a tomar la mano de mimare.


Me fui a la casa. Almorcé. Me tendí en la cama y esperé… esperé…. esperé. Repentinamente sonó el teléfono. Mi hora había pasado. Era la hora delas convenciones sociales-

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